martes, 13 de septiembre de 2016

Caperucita Roja ¿A quién tienes miedo? por Sarah Blakley-Cartwright

De los cuentos de los hermanos Grimm, hasta la gran pantalla con Walt Disney, hemos visto numerosas adaptaciones de los clásicos más populares, como La Cenicienta, Blancanieves y los siete enanitos o Rumpelstiltskin, entre muchos otros más. Caperucita Roja ¿A quién tienes miedo? es una obra publicada en 2011, con una extensión de 223 páginas, y escrita por la autora Sarah Blakley-Cartwright que fue estrenada simultáneamente junto con la película del mismo título. Es una obra ‘basada’, por tanto, en la película y no al revés, creada para aquellos que no solo se conforman con las imágenes, sino que quieran una experiencia al completo adentrándose en el mundo de la fantasía de esta autora.

En un pequeño pueblo llamado Daggorhorn, una bestia amenaza contra la vida de sus aldeanos, que deben realizar sacrificios para mantener el estado de paz, pero ¿hasta cuándo podrán seguir ignorando la cruda realidad? Caperucita Roja ya no es una niña, y sus aventuras van más allá de las ocasionales visitas a la casa de la abuelita. La autora ha transformado un cuento, originalmente escrito para niños, en una narración donde la sangre, el asesinato y los deseos más íntimos de una bestia se entremezclan, para crear una trama en la que el lobo feroz no solamente saciará su hambre voraz, sino también su sed de venganza.


Durante su lectura, esta historia me ha generado sentimientos contradictorios. Desde el principio, me pareció una idea bastante lógica el hacer una nueva adaptación al cuento de Caperucita Roja (como tantas se han hecho con el resto de cuentos de los hermanos Grimm, y que tan populares se han vuelto actualmente en la literatura juvenil) y a pesar de que el argumento es cautivador y original, hay partes relativamente sobrias que no quedarían mal en la gran pantalla, pero que necesitan más detalle cuando estamos hablando de un libro. En general, es una novela de fácil lectura y que engancha al lector desde la primera página. Sin embargo, puesto que no solo se trata de una adaptación cinematográfica, sino también de una colaboración entre productores y escritora, creo que es uno de esos casos especiales, en los que no se pueden separar película y libro, sino que ambos deben ir en consonancia. Por tanto, aquellos a quienes os haya gustado la película, os animo a que le echéis una ojeada al libro, y viceversa, y que nunca os quedéis con las ganas de saber más.

Aquí os dejo los link para que podáis adquirir el libro:

Versión en Inglés:
http://www.bookdepository.com/book/9781907410826/NovelaElemental

La versión en Español no está disponible ahora mismo (y es más cara que su versión original), pero
aquí os dejo el enlace por si os interesa:
http://www.bookdepository.com/book/9788420407449/NovelaElemental

¡Disfrutad de la lectura y nunca dejéis de leer!

domingo, 11 de septiembre de 2016

Capítulo 3 (Parte I)

Cuando Mary despertó, ya no se escuchaba el chocar de las olas ni el viento gélido soplando en sus oídos. Un agradable olor a vegetación y flores silvestres sustituyeron al olor del moho y la madera en descomposición. La temperatura también se había vuelto más cálida. Sintió la suave hierba bajo su cuerpo. Estaba enterrada en una montaña de hojas húmedas, y el calor del ambiente empezó a sofocarla. Quiso incorporarse y deshacerse del peso asfixiante, pero tan solo pudo moverse un par de centímetros cuando una mano de acero la agarró del cuello, golpeándola contra el suelo. Antes de que pudiera quejarse de dolor, una voz a sus espaldas le susurró al oído – No te muevas – Tres palabras contundentes que no aceptaron réplica alguna. No había lugar a duda del significado de aquella orden, y sin embargo, la lengua con la que fue entonada no le resultó ni remotamente familiar. Confusa, trató de girar la cabeza para ver a su atacante, pero la mano seguía oprimiéndola contra el suelo, impidiéndole cualquier movimiento.

Estuvieron así durante el tiempo suficiente para que comenzara a sentir calambres en toda la columna. Le costaba respirar y apenas notaba la circulación de la sangre en sus extremidades. De un momento a otro, el cuello cedería bajo la presión con un desagradable chasquido de huesos. En un último esfuerzo, y haciendo acopio del poco aire que sus pulmones le permitieron inspirar, se preparó para lanzar un grito desgarrador. Su atacante, advirtiendo la maniobra, aflojó la fuerza con la que comprimía el cuerpo de la joven. Aprovechando la oportunidad, se liberó de su opresor de un empujón, rodando un par de metros sobre su cuerpo hasta un arbusto cercano. Respiró profunda y copiosamente hasta casi hiperventilar, notando la quemazón del aire al pasar por sus pulmones doloridos. Se deshizo de la hojarasca que aún la cubría, mientras masajeaba su cuello entumecido y dejaba volver la circulación a sus extremidades. Desde aquella distancia, pudo identificar finalmente a su atacante como una mujer de cabellos color azabache y brazos musculosos, que la miraba de forma amenazadora. Le ordenó guardar silencio, lo que la dejó totalmente desconcertada. Entonces, la mujer de aspecto viril se dirigió, con el sigilo de una pantera, hacía unos matorrales contiguos, de donde comenzaron a surgir mujeres de igual complexión musculosa, armadas con lanzas y espadas a la cintura. Estaban en posición de ataque, y a su señal, salieron disparadas hacia una llanura, donde un ciervo indefenso trataba de huir, en vano, bajo una lluvia de lanzas.

Tras una corta persecución, finalmente una de ellas atravesó el costado del animal, que cayó muerto al instante, ante los gritos de victoria de las guerreras. Mary jamás había presenciado una cacería, y la escena la dejó un tanto conmocionada. Fue entonces, cuando se percató de algo que había pasado por alto hasta aquel momento. Se frotó fuertemente los ojos para aclararse la vista, pero lo que veía no eran imaginaciones suyas. Aquellas mujeres lucían, orgullosas, profundas cicatrices en uno de sus pechos, que se aseguraban de mantener a la vista de cualquiera. Se decía que las Amazonas eran una tribu muy conocida, que estaba constituida solo por mujeres en la que tenían por costumbre mutilarse uno de sus senos, permitiéndoles una mayor movilidad en la lucha y la practica del tiro con arco. Eran cazadoras, guerreras e independientes y a menudo luchaban contra otras tribus (de hombres) que querían ejercer su poder sobre ellas. Trató de pensar con claridad, pero una profunda jaqueca le martilleaba las sienes. Se pellizcó una de sus mejillas, hasta que el dolor le hizo soltar un par de lágrimas. Pero ¡¿En qué clase de lugar me he metido?! A lo mejor, pensó, se había colado misteriosamente en mitad de una representación de teatro de la antigua Grecia. Pero ¡¿Cómo?! En Holy Loch no había teatros (y tampoco es que las gentes del lugar fuesen muy entusiastas de los mismos) Además, por ningún lado se veían focos, ni telones, ni butacas para el auditorio. Estaban al aire libre y todo era escrupulosamente real. Despertó de su trance cuando, detrás de ella, un grupo de niñas comenzaron a aplaudir.

La mayoría de las niñas observaban la escena, algunas boquiabiertas y otras vitoreando a las guerreras cazadoras. Vestían igual que éstas y algunas llevaban la misma cicatriz en el pecho, lo que le provocó un escalofrío. Estaba completamente desorientada. Una de las chicas de mayor edad se le acercó y con gesto amable comenzó a hablar en aquella extraña lengua – No te preocupes, la próxima vez será. Lysippe confía en ti – Se refería a la que parecía ser la jefa de la tribu. La misma que la había usado de cojín durante toda la caza. Asqueada y confusa, preguntó – ¿Qué quieres decir con ‘la próxima vez’? – Aunque de su boca salieron las palabras, no escuchó el Inglés al que estaba acostumbrada, sino el idioma de las propias guerreras – Todavía te queda mucho entrenamiento, pero algún día tendrás que cazar de verdad – Valentia, como se llamaba la joven amazona, vio la sorpresa y el desconcierto en el rostro de Mary – Vamos tampoco es para tanto. No es tu primera vez, y más te vale que espabiles si no quieres que la jefa te ponga a trabajar en las cocinas – Le dio un puñetazo amistoso en el brazo, y cuando estaba segura de que nadie las miraba, la abrazó y besó su mejilla. Mary se sonrojo, pero aceptó la muestra de cariño entre toda la confusión que la rodeaba. Valentia se despidió para volver al grupo de las jóvenes, donde la que parecía ser la cuidadora, no les quitaba ojo de encima.

Aún había muchas cosas que escapaban a su comprensión ¿Por qué la trataban con tanta familiaridad? Tan solo había hablado con un par de ellas y ya era parte de la manada. Era como si la conocieran de toda la vida. De repente, se fijó en sus ropas. No llevaba el vestido grueso de algodón, y no había rastro de sus botas de cuero. En su lugar, llevaba puestas unas sandalias, en apariencia bastante endebles pero firmes al caminar, y una ligera túnica excesivamente corta, que apenas cubría sus partes pudendas, dejando entrever todos los músculos de su cuerpo, bastante enclenques en comparación al de las guerreras. Se palpó el pecho, con un suspiro de alivio. Para su suerte, aún conservaba ambos, pues no eran lo suficientemente grandes como para que las amazonas los hubieran considerado una molestia. Reparó en que también tenía un carcaj lleno de flechas y un arco colgados al hombro, que había llevado todo el tiempo encima sin tan siquiera percatarse. Misteriosamente, era capaz de hablar el idioma de aquellas salvajes y también conocía sus nombres. Era como si tuviera los recuerdos de otra persona. Pero no se sentía como tal. Seguía siendo Mary.

Las guerreras, que se habían situado en círculo alrededor del ciervo muerto, desenvainaron sus espadas kopis y comenzaron a despellejar y despedazar al animal, introduciendo las piezas de carne en grandes morrales que colgaron a sus espaldas. La escena le resultó tan nauseabunda que tuvo que apartar la mirada. A lo lejos, las niñas se marchaban al lugar de acampada, donde comenzarían los preparativos para la cena. Una de ellas se detuvo y se dio la vuelta. Era Valentia. Gritó un nombre, que no era el suyo, pero le sonó como tal y cuando quiso darse cuenta, estaba corriendo hacia ella, para acompañarla y huir del sangriento espectáculo.

Una vez en el campamento, las guerreras cedieron el mando a las niñas, que se encargaron de preparar la carne, mientras estas se entretenían limpiando la piel del ciervo para confeccionar nuevas mantas y atuendos.

Las niñas parecían desenvolverse a la perfección en su labor como cocineras. Troceaban y adobaban con la destreza de un carnicero. Una vez terminada la tarea, encendieron una hoguera alrededor de la cual, colocaron unos pinchos de madera en los que ensartaron la carne de ciervo, dejando gotear el aliño de especias sobre las llamas, que provocaban chispas de un olor dulzón. Presenciar la muerte del animal le había revuelto el estómago, pero el olor del asado la hizo salivar.

– Espero que tengas hambre, porque tenemos más carne de la que podemos transportar y no podemos dejar que se desperdicie – Era Atalanta. Aunque su cuerpo musculado y su complexión de atleta dejaban a la vista que ya no era una niña, aún no tenía experiencia suficiente para ir de caza con el resto del grupo, por lo que se contentaba con los trofeos que les traían las guerreras de sus cacerías. Ante el comentario de Atalanta, las tripas de Mary rugieron, y esta no pudo evitar una carcajada.

Las guerreras no tardaron en unirse al corro de niñas que se había formado alrededor de la hoguera, y comenzaron a comer con un hambre voraz. Mary las acompañó, masticando silenciosamente su trozo de carne, mientras estudiaba el comportamiento de aquel extraño grupo. Sabía que aún quedaban tribus aisladas en el mundo, pero eran una minoría y no podía saber cómo, de la noche a la mañana, habría llegado a parar a aquel lugar. Aquello era todo un misterio.

Dejaron secar el resto de la carne que usarían para el camino de vuelta al poblado. Finalmente, se acurrucaron en mantas y se refugiaron al calor del fuego. Había sido un día de caza intenso y estaban agotadas, por lo que no tardaron en caer rendidas al sueño. Mary, sin embargo, estaba inquieta y no podía dormir. Al cabo de un rato, viendo que no conseguiría conciliar el sueño, se levantó para dar un paseo por los alrededores. Valentia que estaba tumbada a su lado le susurro – ¿Diana te ocurre algo? – Ese debía ser el nombre que le habían dado en la tribu – No puedo dormir – Fue su única respuesta. Valentia se incorporó, desperezándose, y lanzó un largo bostezo mientras se retiraba las legañas – Tienes que dormir. Mañana tenemos un camino muy largo hasta el poblado y no aguantarás el ritmo de las demás si te pasas toda la noche despierta. Además, la jefa odia que nos retrasemos en los viajes y no tengo ganas de escuchar otro de sus sermones – Viendo que su amiga no le prestaba la más mínima atención, se resignó a tratar de mantener una conversación con ella. Con un suspiro y a regañadientes, se levantó, tomó una ramita a cuyo extremo enrolló un trozo de tela y lo prendió con el fuego de la hoguera – Procura no ir demasiado lejos. Te doy una hora y después de eso tendrás que ir a dormir, quieras o no ¿Entendido? – Mary cogió la antorcha que le tendía Valentia y con una sonrisa se fue del campamento sin decir más palabra.

A Mary aún le inquietaba que la tratasen con tanta familiaridad, pero decidió seguir la corriente hasta averiguar algo más de información. A cincuenta metros del campamento, Lysippe se encontraba haciendo el primer turno de guardia. No quería vérselas de nuevo con ella, por lo que tomó un desvío por otro camino para explorar los alrededores. Sin embargo, paso poco rato hasta que se dio cuenta de su falta de habilidad para el sigilo. La antorcha delataba su posición exacta (una estrategia de Valentia para controlar a su amiga), y por si fuera poco, cada paso que daba parecía el de un rinoceronte, estruendoso y delatador en el silencio de la noche. No era experta en camuflaje y al parecer, el resto de la tribu lo sabía, puesto que ni siquiera se molestaron en prestarle atención. Mary se tomó aquella indiferencia como una autorización para merodear por los bosques, así que continuó con su investigación sin que nadie más la interrumpiera.

A pesar de la frondosidad del bosque, el camino no era especialmente tortuoso, sino que ascendía con una ligera pendiente hasta llegar a la cima de una colina, desde la que se podía apreciar el campamento, iluminado débilmente a la luz de la hoguera. Recorrió lo que le pareció medio kilómetro ladera abajo, pero esta vez, descendiendo por el lado opuesto al que había venido. Desde el principio había tomado la posición del campamento como punto de referencia, pero hacía rato que lo había dejado atrás. Si no quería perderse debía buscar una nueva posición desde la que poder situarse. Descubrió el tronco de un árbol inmenso que se erigía justo en el centro de un llano rocoso, a tan solo unos cientos de metros. A los pies de aquel gigante, resultaba imposible intuir donde acababan sus ramas, tan espesas que la luz del cielo nocturno no podía atravesarlas, ensombreciendo así todo a su alrededor. Tenía unas raíces descomunales, habiendo zonas donde estas habían resquebrajado la piedra, haciéndose paso hacia el exterior. El olor a moho y humedad invadía la totalidad del terreno. Todo estaba cubierto de musgo y líquenes, que bajo las llamas de la antorcha, resplandecían como millones de luciérnagas fantasmagóricas. Rodeando la enorme circunferencia del árbol, descubrió súbitamente, a una figura solitaria, que permanecía inmóvil sobre una de las enormes raíces. Instintivamente, corrió a refugiarse tras una enorme roca que, para su disgusto, apestaba a fluidos corporales recién evacuados. Transcurrieron un par de minutos, que le parecieron interminables. Sin embargo, no se produjo movimiento alguno, y todo siguió en calma. Se asomó de su escondite, para ver de nuevo a una figura, impertérrita, que no mostraba señal alguna de haberse percatado de su presencia. Incluso allí escondida, era imposible que no la hubiera visto con la luz de la antorcha iluminando todo el lugar. Estaba demasiado lejos como para distinguir en la oscuridad si se trataba de un hombre o una mujer – ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? – No obtuvo respuesta. Estudió los alrededores, comprobando que no había nadie más y que, efectivamente, estaban solos, ella y la misteriosa figura. Ésta seguía en la misma posición, ausente a todo lo que la rodeaba. No parecía estar armada. Entonces, decidió acercarse un poco más.


La figura no parecía darse por aludida ante el acecho furtivo de Mary. Ahora, a tan solo unos pocos metros de distancia, pudo confirmar que aquella figura pertenecía al cuerpo de un hombre. Intentó iluminar su rostro, pero estaba cubierto por una túnica que impedía ver un solo fragmento de piel. Finalmente, Mary se relajó, y pensó que solo se trataba de una estatua, pues ni siquiera el viento era capaz de alterar la firme tela que la cubría ¿Qué haría una estatua en mitad del bosque? Todo esto es muy extraño, pensó. Recordó todos los acontecimientos que había vivido el día anterior, y terminó por convencerse de que aquella escena no era tan grotesca como le habría podido parecer. A aquellas alturas, no podía sorprenderse por cualquier cosa.

Algo más confiada, se acercó un poco más, hasta que estuvo a unos pocos centímetros. Acercó su mano para sentir el tacto frío de la dura piedra, bajo la túnica que ocultaba el rostro de la estatua. Para su sorpresa, no estaba fría ni dura, sino cálida y con una textura extrañamente rugosa. Entonces, sintió un cosquilleo en su mano, como un estallido de electricidad estática, y un sonido surgió del interior, provocándole tal sobresalto que retrocedió de un brinco, cayendo de bruces al suelo, en una posición no muy elegante – Disculpa mis modales querida. No era mi intención asustarte – ¡¿Quién eres?! – Preguntó Mary, poniéndose en pie de un salto y desenfundando una de las dagas kopis, que había tomado del campamento. La voz de aquel hombre le resultó tenebrosamente familiar, y antes de que éste pudiera contestar, ya supo la respuesta – ¡Eres tú! ¡El asesino! – Sus manos empezaron a temblar, y a duras penas pudo sostener la daga sin que resbalara por el sudor – Esa es una acusación muy grave. Espero que tengas pruebas para demostrar lo que dices – No tenía ni una sola prueba, y tampoco le servían en ese momento. Corría peligro. Tenía que huir, y rápido. Pero la figura siguió hablando – Supongo que habrás tenido un día peculiar junto a tus compañeras Amazonas ¿Me equivoco? – Ahora fue ella la que se quedó inmóvil. Él sabía algo que ella desconocía. Estaba aterrada, pero necesitaba respuestas, por lo que obligó a sus piernas, convulsas, a permanecer donde estaban – Viajar en el tiempo es un don que no todos poseen. El mismo que te ha mantenido con vida, desde el momento en que has hecho tu primer salto temporal – Mary se quedó boquiabierta al escuchar aquellas palabras. No podía creerse lo que estaba oyendo ¡¿Viajes en el tiempo!? ¡¿Saltos temporales!? Aquel hombre había perdido completamente la cabeza. Aunque no era algo raro de esperar viniendo de un asesino. Sus ojos se desorbitaron y estuvo a punto de desmayarse, cuando un pensamiento fugaz atravesó su mente. Durante las últimas horas habían sucedido cosas que su mente no había sido capaz de comprender. Hasta ahora. Los bosques tropicales, la caza de animales salvajes, aquel extraño lenguaje que, inexplicablemente, era capaz de entender y hablar a la perfección, y una tribu de mujeres mutiladas, que no habían dudado en considerarla como una de las suyas. Algo estaba fuera de lugar. O de época – Debes estar confusa, pero no es nada de lo que alarmarse. Al principio, todos lo están – ¿Qué significaba ese ‘todos’? – Aunque, por suerte o por desgracia para ti, ninguno de ellos ha sobrevivido más de diez minutos tras su primer viaje, y en unas condiciones bastante lamentables – Entonces, aquel cadáver… – Técnicamente, no era un cadáver. Aún estaba con vida. Pero, efectivamente él fue el último antes de ti, si es a lo que te refieres – Un escalofrío recorrió su cuerpo. Aquello significaba que podría haber acabado igual que aquel pobre desgraciado. Devorada por los gusanos hasta convertirse en ceniza, y todo ello aún consciente. Una arcada le recorrió el esófago y esta vez, no pudo contener el vómito. El esfuerzo la hizo retorcerse y caer de rodillas, haciendo rodar la antorcha por el suelo, hasta que la llama se apagó, quedando todo en la absoluta oscuridad.

Ahora no podía ver nada. Se sentía completamente indefensa, bajo la penetrante mirada del extraño, que sentía clavada en ella aún en plena oscuridad. Cuando terminó de vaciar todo su estómago, se incorporó dolorosamente y entre jadeos preguntó casi sin voz – ¿Quién eres? – El hombre, aparentemente afligido y con sorna, contestó – Disculpa mi grosería. Soy el Guardián del Tiempo, aunque según tu soy un asesino despiadado en busca de nuevas víctimas – Tragó saliva, agria por el sabor a vómito – ¿Qué quieres de mí? – Una sonrisa maliciosa, que Mary no pudo ver, cruzó los labios del Guardián – Como ya te he dicho, has sobrevivido a tu primer salto temporal. Pero aún tienes que pasar una serie de pruebas antes de poder ser mi ayudante – Se sentía exhausta por la abrumadora cantidad de información que tenía que asimilar. No podía aguantar más – No sé cuáles son tus intenciones, pero no pienso ser ayudante de nadie, y mucho menos de un asesino como tú – Me decepciona que pienses así. Pero ya aprenderás, con el tiempo –

El Guardián, que hasta entonces había permanecido casi inmóvil, comenzó a moverse. Mary lo oía, pero no podía verlo. No solo había perdido la antorcha, sino también la daga, por lo que ahora estaba desarmada y desprotegida. Trató de buscarla a tientas, pero solo consiguió tropezarse con las raíces, cayendo en sus nudos resbaladizos. No sabía qué ocurriría a continuación, cuando el silbido de una flecha pasó rozando su cabeza hasta que oyó el sonido sordo de esta contra la madera. A sus espaldas, pudo ver la tenue luz de unas antorchas y reflejos de espadas que se acercaban a toda velocidad. A su lado, intuyó movimientos rápidos y escurridizos, que desaparecieron en el momento en que las guerreras Amazonas iluminaron la escena al completo. No quedó rastro del Guardián. Ni una sola huella.

Valentia, al ver que su amiga no regresaba, no había dudado en avisar a Lysippe, que al momento reunió un pequeño grupo de guerreras, entre las que se encontraba Atalanta. Esta la ayudó a levantarse. Recogieron su daga a un par de metros y se marcharon de vuelta al campamento, donde la ataron durante el resto de la noche para evitar más escapadas.

Aún se sentía mareada. Pensó en todo lo que le había dicho el Guardián aquella noche. Si verdaderamente había viajado en el tiempo, aquello significaba que estaba a cientos de años de su hogar. No. Miles. Se horrorizó al darse cuenta por primera vez de que realmente estaba en la antigua Grecia, y que pertenecía a un grupo de auténticas guerreras Amazonas. Que suerte había tenido de ser mujer. De lo contrario, no sabía qué habría sido de ella. Estaba agotada, y sus párpados se cerraron pesadamente, como si alguien tirase de ellos, hasta que por fin, cayó en un plácido sueño.